A través de mi ventana podía verla y oír cada vez que tocaba el piano. Era una mujer de pelo gris, delgada y ya entrada en años. Hacía unos meses había muerto su marido. Fue una de las primeras tardes de otoño. Eran las seis de la tarde y ella volvía de tomar el té con amigas y jamás habría imaginado la escena trágica que encontraría en su casa: el señor Luis yacía muerto en el sillón en que cada tarde a la cinco en punto tomaba un té de hierbas.
La soledad se había vuelto una mala amiga para la señora Edith, por eso organizaba reuniones frecuentes en su casa. A veces eran para tomar el té y tocar el piano a sus amigas, otras para hablar francés. Los fines de semana organizaba cenas que se seguían de largas horas de juegos de mesa.
Al principio esta agitada vida social le ayudaba le ayudaba a sobrellevar el vacío que la ausencia del señor Luis producía. Llevó esta vida hasta que en una mañana de invierno al salir de su casa se resbaló en el suelo congelado y se rompió un tobillo. Por su edad y la debilidad de sus huesos el tobillo no sanó debidamente y para evitar tortuosos dolores comenzó a usar una silla de ruedas.
A partir de esa situación dejó de lado sus salidas y dedicaba su tiempo a mirar las fotos de los álbumes familiares. Ella y el señor Luis habían tenido un solo hijo que había muerto en la época de la guerra de Malvinas y los había dejado sin descendientes. Aquellos recuerdos la entristecían aún más y volcaba toda su tristeza en aquel piano que la acompañaba desde niña.
Pasó así el invierno y llegó la primavera. Durante la primavera y el verano la señora Edith acostumbraba a sentarse en el patio de su casa a disfrutar de los aromas y colores que le regalaba el jardín. A pesar de no poder caminar, la señora Edith disfrutaba de sentarse allí a tomar jugos de frutas o te helado.
El verano pasó y llegaron la tristeza y el frío del otoño. Volvió a tocar el piano, pero esta vez lo hacía con más frecuencia, y las melodías que tocaba eran cada vez más tristes. La depresión la había atacado y había perdido las ganas de vivir.
En una tarde de abril, luego de haber tomado un té observando el jardín, que se pintaba de tonos amarillos y marrones, se sentó a tocar en su piano una melodía tan hermosa como triste. Disfruté hasta el final de la maravillosa pieza que la señora Edith parecía regalarme. Cuando termino de tocarla agachó su cabeza y tiró su cuerpo sobre el piano produciendo un ruido muy fuerte.
Entendí enseguida lo que había sucedido: como un pájaro enjaulado que canta hasta morir, la señora Edith tocó su piano prisionera de su enorme angustia. Llamé de inmediato una ambulancia y a la policía. Llegaron al rato, tomaron el cuerpo y lo llevaron a una morgue para practicarle una autopsia que reveló que la señora Edith se había envenenado.
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