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domingo, 22 de abril de 2012

Antes de dormir...

Dormiré y soñare con seres de otros planetas, lejanos, inimaginables. Voy a perderme en la magia del infinito. Para la mañana estaré de vuelta y traeré sonrisas.

sexta-feira, 13 de abril de 2012

Lluvia.

Cae lluvia allí afuera. El verde y el armarillo de la vegetación quedan aún más contrastados. La lluvia toca su melodía, y las hojas, que aún continúan prendidas de los árboles, bailan al ritmo de su música.


Se crea en el ambiente una cortina gris que es casi transparente. Se deforman los cuerpos por el agua que choca contra la ventana. Esto es una lluvia de otoño, que sin salir de casa, me hace viajar a momentos y lugares impensados.


Chuva.

Cai chuva lá fora. O verde e o amarelo da floresta ficam ainda mais contrastados. A chuva toca sua melodia, e as folhas, que ainda continuam prendidas das árvores, dançam ao ritmo de sua música.


Cria-se no ambiente uma cortina cinza que é quase transparente. Deformam-se os corpos por causa d’água que choca contra a janela. Isto é uma chuva de outono que, sem sair de casa, me faz viajar a momentos e lugares impensados.

quinta-feira, 12 de abril de 2012

Carmela.

Era el año 1952, Carmela en aquel entonces tenía 13 años. Era una chica morocha, sin mucho encanto y poca educación. Carmela era hija de una madre soltera y tenía ocho hermanos. Como era de esperar, para la familia de Carmela la vida no era fácil.
Doña María, como se llamaba la madre de Carmela, lavaba la ropa sucia de los camioneros y de los que trabajaban con hacienda. Ganaba poco, así que Carmela, como era la mayor, tuvo que dejar la escuela para ponerse a trabajar y ayudar con las cuentas de la casa.
Doña María le había conseguido trabajo en un campo. Carmela se encargaba de limpiar la casa de los patrones, lavarles la ropa y limpiarles el jardín, mientras que en la casa de los peones, como una changuita extra, lavaba la ropa de algunos de los hombres junto con otras mujeres para ganar un peso más.
Carmela era aún muy chica. Como toda chica de trece años conservaba aún ciertas cosas de la niñez, pero tuvo que ir dejándolas para hacerse un espacio en el mundo que le tocaba vivir: Tenía que trabajar para ayudar con la comida en su casa y además tenía que ir buscando algún noviecito para no quedar para vestir santos.
Fue así que Carmela se dio cuenta que entre la peonada había un muchacho que la miraba y que le coqueteaba. Al principio creyó que la miraba con la curiosidad que ella miraba a los hombres, con esa ingenuidad que aún conservaba de criatura, pero con el tiempo empezó a darse cuenta que los intereses de ese pibe eran otros.
El tiempo pasó y Juan, “el peoncito mirón” como lo llamaba ella con las otras empleadas, empezó a acercarse a Carmela. Si no la convidaba con mate, de vez en cuando le pedía que le cebe alguno mientras el tocaba la guitarra. Astuta excusa del peón para hacerla escuchar sus canciones románticas.
Ya había pasado casi un año desde que Carmela había entrado a trabajar al campo. Era la época de Navidad y algunos empleados se iban a sus pueblos para festejar en familia, y otros se quedaban para servir a los patrones. Los dividían en dos grupos para que unos festejen Navidad en familia y los otros el Año Nuevo.
Como Carmela y Juan, junto con un par de pibes y pibas más, eran de los empleados más nuevos del campo, debían pagar derecho de piso y quedarse para Navidad en el campo mientras que los más viejos se iban al pueblo. Los festejos entre los empleados del campo eran casi idénticos a los festejos de los patrones. Siempre había mucha comida y mucha bebida.
Fue en la noche de Navidad de 1953 que Juan, un poco pasado de vino, se animó a pedirle un beso a Carmela. Carmela no supo qué responder y se quedó callada, por lo que Juan, medio borracho, le dijo - el que calla otorga – y la besó. La escena dejo anonadada a Carmela y huyó a la habitación que compartía con el resto de las empleadas.
Pasó una noche larga en la que casi no pudo dormir por culpa de su nerviosismo y de la alegría de que Juan la había besado. Esa noche soñó casi toda la noche despierta y cuando apenas vio las primeras luces del amanecer, se levantó de la cama de un salto y se fue a la cocina. Allí espero hasta que el resto de los empleados se levantaron. Los esperó con el mate listo y la galleta calentita en la mesa del patio. Ese día hicieron rápido las cosas del campo para organizar el almuerzo de los patrones.
Eran los últimos días de diciembre, ya casi llegaba Año Nuevo y era la fecha en que todos los que se habían quedado para Navidad podían irse a sus pueblos. Carmela, es claro, se fue para pasar el Año Nuevo en su casa, con sus hermanos y su madre. Juan, en cambio, como no tenía familia, se fue al pueblo donde vivía Carmela, donde pasó la cena en un bar de mala muerte.
Esa noche en el pueblo se hacía una gran fiesta en la que todos podían ir en familia a bailar y pasar la noche con los amigos y conocidos. Carmela fue al baile acompañada de la hermana que le seguía. Sorpresa se llevo Carmela cuando se dio cuenta de que Juan estaba en el mismo baile que ella. Se saludaron, Carmela lo presentó a la hermana y charlaron por un rato. Esa noche bailaron algunas canciones y luego Juan acompañó a Carmela y a su hermana hasta la casa.
Habían pasado ya las fiestas y estaban todos de vuelta en el campo. Entre la peonada y las sirvientas el único tema que había era el de las fiestas. Se contaban unos a otros, entre rondas de mate, cómo lo habían pasado y dónde. La exaltación de las fiestas duró poco: en poco tiempo estaban todos otra vez en su rutina y cumpliendo sus actividades.
La vida en el campo seguía como siempre, sin nada que la exasperase. Fue entre la tranquilidad del campo y lo aburrido de la rutina que Juan y Carmela empezaron a acercarse cada vez más. Tal vez por lo poco interesante que era la vida en el campo, tal vez porque a uno le interesaba el otro, no lo sé, pero cada vez estaban más juntos.
Fue con el paso de los días y la llegada del frío que ambos decidieron por fin ponerse de novios y armar los planes que todas las parejas arman: casarse, tener su casita, tener los hijos y tener trabajo. De a poco pretendían ir consiguiendo esas cosas, pero nunca imaginaron lo que sucedería con la llegada del invierno.
La casa de los patrones era muy grande y fría, por eso necesitaba mucha leña día a día para mantener una temperatura agradable. Para conseguir la leña de los patrones la peonada tenía que irse el día entero en carros tirados por caballos a un monte que estaba bastante lejos. Como en esta época se necesitaba muchos empleados para trabajar con la leña y el tema del monte, los patrones contrataban a algunos chilenos para que hicieran de hachadores.
En aquel entonces la mano de obra chilena era más barata y eran buenos trabajadores, además de que no representaban gastos en comida y hospedaje. Era por eso que los contrataban y los mezclaban con la peonada para tenerlos controlados adentro del campo. Los chilenos tenían mala fama dentro de los empleados rurales. Eran conocidos por borrachos, violentos y, a veces, por algún que otro asesinato que cometían monte adentro.
La peonada del campo tenía miedo de los chilenos. Estos que habían caído tenían mala fama y eran muy alcohólicos. Por esos motivos nunca iba un peón sólo a meterse entre ellos. Siempre iban de a tres o cuatro y con armas de fuego.
Era una tarde julio cuando el patrón le pidió a Juan que vaya a llamar a los chilenos. Estos estaban haciendo destrozos y hacía algunos días que venían peleando entre ellos. Cuando Carmela se enteró de que Juan tenía que ir al monte a meterse entre los chilenos se sintió muy mal. Quedó tan aterrorizada como el mismo Juan.
Juan salió para el monte después del medio día. Fue a caballo y sin armas. Lo único que tenía para defenderse por si pasaba algo era un cuchillo que usaba para comer asados. Así salió Juan cerca de las dos de la tarde. Carmela lo despidió con besos y abrazos porque temía no volver a verlo.
Pasó el tiempo y cayó el sol. Juan no aparecía por la casa de los patrones y mucho menos por la de los peones. Carmela empezaba a preocuparse y a imaginar finales oscuros. Era casi la hora de la cena cuando el patrón mandó a preguntar con una de las empleadas si Juan había llegado. La respuesta, obviamente, fue negativa.
La tardanza de Juan hizo que el patrón organizara una cuadrilla de hombres y que fuesen todos armados hasta donde los chilenos estaban. Cuando llegaron se encontraron con una escena realmente atroz, algo que jamás hubiesen imaginado que iba a suceder: Juan había sido decapitado y su cuerpo estaba siendo quemando en un fogón, mientras que la cabeza estaba tirada en el piso.
La situación hizo que se aplicara la fuerza. El patrón ordenó fuego contra los chilenos, empezando él mismo la matanza. De los chilenos murieron casi todos, otros escaparon monte adentro. La peonada volvió enseguida a la casa del campo y le contaron al resto de la gente lo que había sucedido.
Carmela entendió en ese mismo momento que todos sus planes se habían ido con Juan cuando fue asesinado. Entendió que ya no había futuro y se sintió desbastada. Dejó el trabajo en el campo al día siguiente y volvió a la casa de su madre para contarle lo sucedido e irse a trabajar de sirvienta a la ciudad.
Desde entonces y hasta hoy Carmela cada noche llena el dolor que le dejó la pérdida de Juan tomando vino. Dice que es para dormir tranquila y no despertarse con pesadillas. Hoy en día es una jubilada de 73 años que cobra muy poco dinero y que lo gasta, en su mayoría, en vino. Carmela se ha vuelto una borracha.

segunda-feira, 9 de abril de 2012

Una Poesía No Escrita.

A través de mi ventana podía verla y oír cada vez que tocaba el piano. Era una mujer de pelo gris, delgada y ya entrada en años. Hacía unos meses había muerto su marido. Fue una de las primeras tardes de otoño. Eran las seis de la tarde y ella volvía de tomar el té con amigas y jamás habría imaginado la escena trágica que encontraría en su casa: el señor Luis yacía muerto en el sillón en que cada tarde a la cinco en punto tomaba un té de hierbas.
La soledad se había vuelto una mala amiga para la señora Edith, por eso organizaba reuniones frecuentes en su casa. A veces eran para tomar el té y tocar el piano a sus amigas, otras para hablar francés. Los fines de semana organizaba cenas que se seguían de largas horas de juegos de mesa.
Al principio esta agitada vida social le ayudaba le ayudaba a sobrellevar el vacío que la ausencia del señor Luis producía. Llevó esta vida hasta que en una mañana de invierno al salir de su casa se resbaló en el suelo congelado y se rompió un tobillo. Por su edad y la debilidad de sus huesos el tobillo no sanó debidamente y para evitar tortuosos dolores comenzó a usar una silla de ruedas.
A partir de esa situación dejó de lado sus salidas y dedicaba su tiempo a mirar las fotos de los álbumes familiares. Ella y el señor Luis habían tenido un solo hijo que había muerto en la época de la guerra de Malvinas y los había dejado sin descendientes. Aquellos recuerdos la entristecían aún más y volcaba toda su tristeza en aquel piano que la acompañaba desde niña.
Pasó así el invierno y llegó la primavera. Durante la primavera y el verano la señora Edith acostumbraba a sentarse en el patio de su casa a disfrutar de los aromas y colores que le regalaba el jardín. A pesar de no poder caminar, la señora Edith disfrutaba de sentarse allí a tomar jugos de frutas o te helado.
El verano pasó y llegaron la tristeza y el frío del otoño. Volvió a tocar el piano, pero esta vez lo hacía con más frecuencia, y las melodías que tocaba eran cada vez más tristes. La depresión la había atacado y había perdido las ganas de vivir.
En una tarde de abril, luego de haber tomado un té observando el jardín, que se pintaba de tonos amarillos y marrones, se sentó a tocar en su piano una melodía tan hermosa como triste. Disfruté hasta el final de la maravillosa pieza que la señora Edith parecía regalarme. Cuando termino de tocarla agachó su cabeza y tiró su cuerpo sobre el piano produciendo un ruido muy fuerte.
Entendí enseguida lo que había sucedido: como un pájaro enjaulado que canta hasta morir, la señora Edith tocó su piano prisionera de su enorme angustia. Llamé de inmediato una ambulancia y a la policía. Llegaron al rato, tomaron el cuerpo y lo llevaron a una morgue para practicarle una autopsia que reveló que la señora Edith se había envenenado.

Me resigno.

Tengo ganas locas de vomitar tinta sobre un papel. Ruego al jugo de mis sesos una gota de creatividad. Nada surge, todo es vanidad. Palabras absurdas y falta de ingeniosidad me hacen sentir que hoy no puedo escribir y que lo mejor es tirarme a descansar. En su justo momento alguna idea habrá de aflorar.

quinta-feira, 5 de abril de 2012

Antes de dormir...

Deleitarse con la magia de un ser omnipresente, omnipresente de la manera más ausente para la mayoría de las mentes, es entender el mecanismo que a esta vida mueve. Es aprender el dinamismo de un andar universal que no para, que jamás reposa y del que nadie escapa.
Es poder encontrar en lo simple la magia de lo complejo, y en lo que genera un vacío corporal la plenitud de una satisfacción espiritual. Entender cómo amar rompe cualquier ausencia y acaba con cualquier distancia. Una vez entregada el alma ya no existe necesidad de entregar un cuerpo, un trozo de carne.
Sacando límites y creyendo en lo que no veo, sonrío.

terça-feira, 3 de abril de 2012

Esta noche quiero...

Esta noche quiero viajar más allá de la última estrella que podemos ver,
 y estar de vuelta para el amanecer.

Esta noche quiero perderme entre formas y colores galácticos, correr detrás de cometas, y cuando me canse descansar en otros planetas.

Esta noche quiero pasarla con gente marciana, y con amor de otro planeta, despertar por la mañana.

segunda-feira, 2 de abril de 2012

Capitulo II

As conversas entre os rapazes começaram a ser cada vez mais longas e interessantes. Ficavam até altas horas da madrugada batendo papo, falando de tudo quanto você puder imaginar. Falaram tanto e gostaram tanto um do outro que nessa ansiedade de conhecer-se um ao outro, eles esqueceram.se de perguntar onde moravam. Só tinham conhecimento das províncias onde moravam, mas jamais tinham dito a cidade exata.
A época da escola tinha acabdo. O Claudio ia ficar até os primeiros dias de fevereiro com sua famíalia porque depois se mudaria para Buenos Aires para começar com a universidade. Enquanto o Martim ia tirar férias com amigos no norte do país.
Era claro que aqueles papos aos que se tinham acostumado já não iam acontecer com a mesma frequência. Na maneira de conversar dos dois garotos podia sentir-se essa saudade que deixa a falta daquelas pessoas que, com o tempo, viram importantes em nossas vidas.
As conversas entre os rapazes viraram cada vez mais ternas. A cada conversa que passava, maior se tornava o desejo de que acontecesse um encontro. O Martim já  morava em Buenos Aires, e o Claudio ia mudar-se para lá em algumas semanas, fato que alimentava cada vez mais aquelas ideia do encontro.
O tmepo passou e chegou o memento em que o Martim devia ir embora para começaer a tirar férias. Aquelas noites iluminadas pela luz da tela do computador tinham se acabado por algum tempo.